Prestaba servicio a bordo de un destructor. El cocinero jefe de aquella embarcación era sumamente susceptible a cualquier comentario adverso acerca de la comida que servía a la tripulación.
Cualquiera critica lo montaba en cólera y, en seguida, solía darnos un par de comidas frías.
Una noche en que la carne estuvo excepcionalmente dura. La mayoría nos limitamos a hacer ademanes de trinchar con gran vigor, pero en gran silencio. No obstante, un oficial subalterno hallo la manera de expresar con cierto tacto los sentimientos de los demás. Sin levantar los ojos del plato, le dijo al cocinero: Siento mucho que se le haya muerto su rinoceronte.
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