Lientur
QUIERO AGRADECER AL SR. JORGE VALDES ROMO ( JORVAL ) POR DARME LA OPORTUNIDAD DE PODER INCLUIR EN MI PAGINA SUS HERMOSOS CUENTOS DE LA EXPERIENCIA EN EL MAR.
El Marinero Tapia con su saco de trasbordo al hombro, se dirige con paso firme hacia el buque que se encuentra amarrado al sitio norte del muelle de Punta Arenas. Es su primer embarque y le han dicho que en los próximos días partirán a la Antártica. Va pensando en esta fantástica oportunidad de conocer un lugar tan lejano y desconocido, y eso que aún no cumple los 22 años. “¿Será peligroso?”, se pregunta en voz alta.
Esa tarde del mes de enero de 1972 el muelle está repleto de familiares y amigos de los tripulantes del Patrullero Lientur, que se encuentra listo para zarpar con destino al territorio antártico chileno, con la tarea de transportar bencina para helicóptero, en tambores de 200 litros, los que ya están estibados y trincados en su cubierta principal. La nave lentamente se va separando del muelle, en los rostros de las mujeres, junto con las sonrisas y agitar de pañuelos, varias no pueden ocultar la tristeza que les produce la separación, que en esta oportunidad no saben cuánto durará; los niños sólo se dedican a gritar y mover sus brazos diciendo adiós. A bordo, los marinos también responden con sus manos, despidiéndose de sus seres queridos, pero al mismo tiempo unos se preocupan de recoger las espías, mientras otros dirigen y vigilan desde el puente de mando. El Cabo Pinto, tripulante antiguo, observa todo desde el puente de mando, su puesto es timonel de repetido, no tiene familiares en Punta Arenas, lleva 4 años en el buque y esta es su quinta comisión a la antártica, no sabe por qué, pero esta vez tiene un presentimiento extraño, que no puede precisar, pero seguro que esta relacionado con la navegación del Drake. Entre el Cabo de Hornos extremo del continente americano y la islas Shetland del Sur en la Antártica hay una distancia de 450 millas náuticas (1 milla náutica equivale a 1.852 metros) el océano que los separa es el Pacífico, que en ese lugar toma el nombre de Paso o Mar de Drake. Existe consenso entre los navegantes que este paso o mar, es donde se producen los temporales más terribles para la navegación, con vientos sobre los 100 kilómetros por hora y olas de más de 14 metros de altura. Mientras navegan por las tranquilas aguas del Estrecho de Magallanes, los marinos descansan en el entrepuente y el Cabo Pinto le muestra a Tapia los departamentos del buque en operación; los acompaña Pinocho, perro mascota de a bordo, al que todos quieren y cuidan. A la cuadra de babor se divisa la mole del Cabo de Hornos; el estado del mar es marejada del noroeste, con olas de aproximadamente unos 2 metros de altura y extendidas; el viento es de regular intensidad; han estimado que durante las 48 horas que durará la travesía del Drake, no habrá cambios importantes en cuanto al viento y estado del mar. El buque navega sin contratiempos en demanda del estrecho Nelson en la Antártica, cuando de improviso el timonel se da cuenta de que el buque comienza a caer a estribor y que no responde a los movimientos de la caña de gobierno. Paran los motores y el Ingeniero de Cargo informa al Comandante que ha fallado el sistema de gobierno; tratarán de repararlo lo antes posible; la embarcación queda al garete. Han transcurrido 12 horas desde que ocurrió el desperfecto; el viento del noroeste aumenta de intensidad, las olas ahora son de unos 6 a 7 metros de altura y más alargadas; del borde superior de las crestas comienzan a desprenderse rociones en forma de torbellinos; la espuma es arrastrada en nubes blancas orientadas en la dirección del viento; la mar es ahora muy gruesa. La nave se comporta como un corcho flotante, experimentando balances por sobre los 40 grados. La trinca de los tambores con bencina que se encuentran en la cubierta principal ha cedido debido a lo balances; comienzan a golpearse entre sí y contra el costado del buque; los primeros se rompen y derraman su contenido sobre la cubierta y de allí al mar; los marineros trabajan tratando de evitar la pérdida del cargamento, pero las escoras del buque son tan violentas que poco o nada pueden hacer. El Marinero Tapia se encuentra en cubierta tratando de ayudar cuando uno de los tambores lo aprisiona contra la borda; el dolor es intenso, no puede moverse; siente que varios tambores lo aprietan contra el costado y lo mantienen inmovilizado, clama pidiendo auxilio pero el rugir del viento apaga sus gritos. La noche es tan obscura que no ve absolutamente nada; a medida que pasan los minutos siente que su cuerpo comienza a entumecerse y la garganta le duele tanto que cada vez llama con menos fuerza. Se encuentra en el límite de su resistencia; en cada balance la presión de los tambores contra su cuerpo hace que el dolor sea casi inaguantable; pierde el conocimiento. Pinocho desde el comienzo de la avería se ha mantenido en la cocina, no atreviéndose a salir a cubierta por los fuertes movimientos que experimenta la nave, pero de repente escucha gritos en el exterior que se repiten cada cierto tiempo. Con precaución llega hasta el cuerpo de Tapia; luego de olfatearlo y constatando que este no reacciona, regresa al interior del buque. Al primer tripulante que encuentra es al Cabo Pinto, quien va subiendo al puente de gobierno, pero nota que Pinocho no lo deja continuar interponiéndose en su camino e indicándole en forma insistente que lo siga hacia el exterior. El rescate de Tapia ha sido muy dificultoso; un primer examen indica que ha perdido mucha sangre y que tiene rotas varias costillas y ambas piernas. Afortunadamente, han podido armar el sistema de gobierno de emergencia, y el buque reanuda su navegación en demanda del Estrecho de Nelson. En la Base Presidente Frei embarcan a Tapia en un avión de la Fuerza Aérea que lo está esperando para trasportarlo hasta Punta Arenas. El Cabo Pinto piensa: “Pobre Tapia, llegó a la Antártica antes de los 22 años pero quizás nunca la conocerá”. JORVAL |